miércoles, 23 de diciembre de 2009

Sangre en Almagro


Quizá vivo en un barrio peligroso. Algunos problemas he tenido, pero he sobrevivido a ellos. No sé si podría hablar de un lugar donde la muerte anda rondando, pero en las noticias a veces sale nuestro barrio y es para referirse a uno que otro crimen. Por ejemplo, lo que pasó en La Polar la semana pasada, en San Diego con Tarapacá.

El viernes pasado estaba llegando a plaza almagro. A mi lado sentí una carrera. Era un sujeto que se estaba poniendo una polera “a la rápida” y además se estaba guardando un celular en el bolsillo. Mi conclusión fue: el compadre se acaba de robar un celular. Mantuvo la carrera hasta plaza almagro y allí la detuvo en seco. La explicación era simple: estaba llena de pacos la plaza. El sujeto se quedó merodeando. Cuando iba llegando a la esquina de Nataniel con Santa Isabel vi sangre en el suelo. De inmediato me acordé de un artículo que escribí hace tiempo sobre los hilos de sangre que aparecen con alguna regularidad en las veredas del sector. Pensé en fotografiar esa sangre. Efectivamente lleno de pacos. Y de guardias de la plaza. Empezaron a llegar otros guardias de seguridad ciudadana, en moto. Uno de los guardias le explicaba a una abuelita algo que no pude oír. Saqué cámara y empecé a apuntar. Estaba en eso cuando uno de los guardias se acercó a decirme que si sacaba fotos no se me ocurriera publicarlas. Aproveché de preguntar lo que había pasado. “Te voy a hacer la historia corta”, me dijo, “la semana pasada uno de los guardias le dijo a unos compadres que no tomaran copete en la plaza. Los compadres se fueron, amenazando que volverían para apuñalarlo. Hoy día unos güeones se bajaron de la micro y apuñalaron al guardia”. Después de eso apunté a la patrulla y pude fotografiar a los cuchilleros. Parecían bailarines de Salsa, con camisa blanca impecable. Con eso quedaba ratificada la superioridad de cerrar el parque respecto de poner guardias por doquier. Seguí mi camino. En mi casa, antes que le contara nada a mi chica, me pregunta “supiste lo del incendio acá a la vuelta”. Yo no sabía nada, pero me quedé pensando en qué otras cosas noticiosas estarían pasando en el barrio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Tienda de Ropa "El sol"



Antiguamente existía en San Diego una tienda que se llamaba “El sol”. Ubicada frente a los juegos Diana el nombre no dejaba de ser bien elegido: el Sol daba de lleno en sus vitrinas al punto que el dueño, un hombre flaco que parecía haber tenido un buen pasar, instalaba unas cortinas gruesísimas para no afectar su mercancía. Pero era de esas tiendas antiguas, de esas que todavía pueden verse en provincia: el piso era de madera. Al entrar uno se veía en un recinto con mostradores y cajas hasta el techo. Cajas muy antiguas por cierto. De inmediato los alérgicos al polvo (como yo) sentían que se hallaban en un territorio peligroso. Solo en una oportunidad compré allí y me sentí totalmente estafado: unos calcetines caros y de material sintético que además me quedaban chicos. No hice ningún intento de ir a cambiarlos, pero en lo sucesivo recelé de su dueño. A poco fui comprendiendo su drama: casi nadie entraba a su tienda. Lo veía abrir a horarios increíbles y cerrar tardísimo. Se entretenía jugando dominó con otros viejos. Con el tiempo su caminar se hizo más neurótico y cada vez que me lo encontraba llevaba su mano en el mentón con la mirada perdida y como pensando en algo tremendo. Pronto comprendí de que se trataba; no le quedaba más remedio que vender su rincón y perder probablemente todo lo que tenía. Alguien me dijo que, para más remate, había enviudado unos años antes. Esos explicaba su estrambóticos horarios de atención. De todas formas, los productos eran de otra época. Eran, realmente, de muy mala calidad. Otro damnificado por las rápidas transformaciones que sufre San Diego y la ciudad entera. Ahora, ya no existe esa tienda. Un enorme edificio se levanta en su lugar. Por suerte pude sacarle una única foto a sus vitrinas mucho antes de su desaparición.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Crímenes en Plaza Almagro



Durante un periodo más o menos largo, la plaza sufrió por la llegada de hordas de bárbaros que asolaban su delicado equilibrio: universitarios privados que se instalaban, en masa, a tomar chela para luego lanzar los envases en todas direcciones. El montón de vidrio en las mañanas era grande. Luego de esas hordas, llegaron nuevos integrantes: neonazis y sus enemigos naturales: punkis antifascistas. La cosa iba por pésimo camino. En una oportunidad se encontraron neonazis y antifascistas afuera del Totus con las consecuencias previsibles. Uno de los antifascistas resultó asesinado. La polémica que se armó fue a nivel nacional. Según entiendo (no tengo tele), Chilevisión exhibió un reportaje mostrando el vandalismo de plaza almagro. Por supuesto, este vandalismo dejaba de lado los primeros causantes de la debacle: las propias universidades privadas. La Central lo primero que hizo fue apoderarse de un pedazo de parque para dejarlo para sus propios fines. Así da gusto: universidades, garantes del conocimiento y los valores “éticos” disminuyendo a su antojo las escasas áreas verdes de la ciudad. Pero eso no extraña en las universidades privadas, cuyo objetivo primero es hacer dinero.

Una de las cosas que se dijo después de la muerte del punki era que había que “cerrar el parque”. Muchos “humanistas” izquierdosos alegaron contra esta solución porque consideraban que coartaba algún derecho inalienable del pueblo. Yo francamente no sé que tienen en la cabeza los que profesan esta clase de opiniones. Antes de la llegada de las hordas, Plaza Almagro era un lugar verde, lleno de vida, con niños jugando en la mañana, deportistas trotando y bastantes pichangas los domingos y sábados en la tarde. Luego de las hordas (punkies, ebrios, neonazis, skinhead, universitarios privados, etc) la erosión se fue comiendo buena parte de lo que antes fuera un lugar verde, los pastos comenzaron a ser destruidos y los jardineros, incapaces de luchar, abandonaron extensos sectores que murieron por falta de cuidado. A mi me daba pena y rabia ver zorzales buscando sus lombrices entre restos del carrete anterior y niños, escasos, en columpios que ahora estaban llenos de vómitos. Cerrar la plaza era una excelente alternativa para luchar contra la erosión. Si estos aprendices de humanos no son capaces de comportarse frente a la naturaleza, pues entonces, hay que restringirles el acceso, ¿o alguien está de acuerdo en ir a carretear al lado de una reserva de huemules o cisnes, para luego divertirse quebrando envases de chela? No creo.

Pues bien, la solución alternativa era llenar de una importante dotación de guardias el sector. Y eso si que ha sido una mala jugada a los derechos de las personas, ya se sabe de la prepotencia en que incurren los guardias privados. El parque ha recuperado la tranquilidad a base de represión y por lo menos 20 guardias de seguridad ciudadana, en motos, con garita al medio, con mala actitud hacia casi todos porque todos se han vuelto sospechosos. El otro día yo sacaba unas fotos, se me acercó uno de esos guardias y me dijo: “mejor que guarde la cámara”. “¿No se puede sacar fotos?”, le pregunté. “No es eso”, me dijo. “Lo que pasa es que alguien se la podría robar”, y luego se rió de manera siniestra. Yo me quedé con la idea que él me la podría robar. La erosión se ha mantenido: las motos de seguridad ciudadana han agregado una presión extra al delicado equilibrio ecológico de la plaza.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Plaza Almagro I



Según entiendo y según me han contado algunos vecinos, la plaza almagro era, antiguamente, el lugar en que llegaban los buses desde el norte. No he logrado averiguar la fecha exacta en que dejó de ser un lugar de terminales de buses. Pero el pasado de la plaza sorprende con otros datos. Por ejemplo, que antiguamente existía allí una compañía de bomberos, “la décima”. Esto lo indica Edwards Bello en una crónica que lleva por título “calle de San Diego” y de la que no poseo la fecha. Dice “es la sirena de la décima, en la plaza almagro, para denunciar un simple amago de incendio”. Esa crónica, de hecho, se inicia con la frase “el incendio en la plaza almagro destruyó un hotelito para tórtolos por ratos, el Colemono y otros negocios románticos”. Es curiosa esa nota. Actualmente no existen “hotelitos para tórtolos” en la plaza. Lo más parecido pudiese ser el “unicornio”, un night club de relativo prestigio, según deduzco del hecho de que tiene guardias bien vestidos, con linternas y los buenos autos que se estacionan afuera.


Para los no informados, plaza almagro empieza (o termina, según el punto de referencia) en la calle San Diego y termina en el palacio Cousiño. Es un espacio tan amplio que algunos le llaman “parque almagro” y creo que este último nombre debiera primar si es que la municipalidad (y los diversos alcaldes de derecha que nos ha tocado ver) le sacaran más provecho al sector.

Plaza almagro contiene algunos objetos curiosos en su interior que llaman la atención: por ejemplo existe una piedra traída desde Hiroshima. Uno puede poner la mano en esa piedra y sentir la fuerza de esa explosión ocurrida hace más de 50 años. Al medio de la plaza hay unos tremendos bloques de piedra, que forman un circulo bastante regular y muy atractivo a pesar de tratarse de ser piedras sin forma. A la gente siempre le llaman la atención esas piedras. Se trata, seguro de una actitud muy humana, desde los tiempos de Stonehedge. Jung lo explicaría con claridad.
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