jueves, 20 de noviembre de 2008

El amigo árbol


Entre Eyzaguirre y Santa Isabel, por San Diego, hay una cuadra que en otra época fue bastante soleada. Y en esa cuadra había escasos árboles. Para ser exactos: dos árboles. Ninguno de ellos era regado con mucha regularidad. Recuerdo más de alguna vez que el camión aljibe llegaba hasta Eyzaguirre y seguía de largo hasta la plaza almagro. Como siempre los automovilistas los usaban de basurero, costumbre extraña esa que asocia al árbol con la basura. Esa relación es bastante contradictoria, pero creo que nadie se ha sentado a meditarla.

Yo vivía con una chica en ese tiempo, la única chica con la que he vivido. Cuando le dije lo del árbol tuvo la idea de regarlo cada tanto. Era una cosa un poco estúpida porque era un árbol pequeño y bastante maltratado. “Si por lo menos tuviera agua”, pensábamos, “aumentarían sus probabilidades de salir adelante”. Empezamos a regarlo con botellas y luego me compré un bidón de 10 litros. La gente nos miraba rarísimo por eso. A mí me daba un poco de vergüenza, pero cuando el arbolito empezó a mejorar un poco y a tirar algunos brotes recuperé algo el aplomo.

En la historia que yo tenía con esta chiquilla cosas como esas eran fundamentales. Eran parte de los rituales del amor, era un poco como eso. Esas excentricidades nos hacían creer que éramos una pareja especial y yo sentía, a veces o casi siempre, que éramos una especie de protectores del barrio. Como todas las cosas, se acabó, y lo primero que pasó fue que ella dejó de acompañarme a regar el árbol. De pronto un día ese árbol ya no estuvo más. Alguien se lo robó parece, porque ya estaba más lindo y ahora daba más respeto a los automovilistas. Sospecho que ahora se notaba que había un árbol allí.

Ahora han pasado cosas en esa cuadra. El terreno que estaba allí (lo usaba la universidad central para hacer “experiencias” con hormigón) fue reconvertido en un recinto para los deportes en la U Central. El espacio vacío dejado por el árbol fue llenado con alguna demora, por otro más robusto. Con la nueva construcción esos dos árboles tienen más sombra durante el día. Parece que el camión aljibe los riega más seguido que antes.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El viejo de la calle San Diego


Señorita Sicóloga:

El otro día me retaste caleta porque no quise ayudar al viejito que se ponía afuera de la tienda de música. Me acuerdo que trató de tomarme la mano y yo no me dejé. Y después de eso yo me puse como loco, pegando gritos, y tu te fuiste y de ahí que no nos vemos, como que quedaste medio enojada por eso. Pero la cuestión no es así no más. Tiene una explicación. Fíjate.


Desde que estaba en el colegio que veía a ese viejito afuera de la tienda “La Casa Amarilla”.


Años después, lo vi como siempre. El viejito estaba pidiendo que lo ayudaran a subir a una micro. Era la primera vez que veía al viejo en una escena diferente, por lo menos estaba de pie y eso era una novedad. El viejo era ciego y cantaba con una guitarra de palo y una armónica. La armónica la unía a la guitarra con cinta adhesiva, que con el tiempo empezó a aumentar en cantidad, sin retirar las anteriores, hasta tapar completamente uno de los bordes de la guitarra y hacer subir la armónica hasta la boca misma del ciego. Lo normal era ver al viejo sentado ahí en su rincón. La güeá de viejo parecía un resto incaico. Nunca supe que canciones tocaba porque las tocaba a un volumen bajísimo. Sin embargo, siempre me llamó la atención y, de alguna extraña manera, me cayó bien.


Esa vez lo quise ayudar, por la novedad yo creo. Así que me acerqué, lo agarré de un brazo y lo conduje a un paradero. Los choferes no lo querían llevar. Después intentar subir a cuatro micros, me di cuenta que el viejo era un cacho. De pronto se puso a gritar “matemo una vieja, matemo una vieja”. Era bastante terrible. Traté de calmarlo, pero fue inútil. Seguía gritando lo de la vieja. Para colmo me agarró de un brazo. El viejo estaba ciego y loco, con fuerza de loco. No me quería soltar. Traté de hacer parar una micro otra vez, porfiando en lograrlo, pero me fue imposible. Un vendedor me dijo, “déjelo no más, si el viejo ese es así”. El vendedor le empezó a pegar al viejo, le daba palmetazos en la nuca y coscorrones en la pelada. El vendedor tenía cara de demente. Yo no podía creer que le pegara. “No le pegue”, le dije. “¿Y que tanto? Le pego, no más”. Y le mandaba otro cachuchazo. A esa altura estaba todo bien confuso en mi cabeza y me vino la desesperación. Me solté y me fui odiando al viejo, al vendedor, a los choferes de micro, al mundo entero y a mí mismo, hastiado todo el camino de vuelta a la casa.


Cuando llegué a la casa, tú estabas esperándome, como siempre. Y no te conté nada. Leseras mías, si te hubiera contado la historia ese día, tal vez ahora no estaríamos tan enojados. Eso,

atte.: Señor Paciente


PD: el viejo hace como un año que ya no se sienta en la banquita del poste de la casa amarilla. Yo creo que debe estar muerto.

martes, 4 de noviembre de 2008

Libros de Ocasión


Una de las librerías más misteriosas (y bonitas) de San Diego está ubicada en la cuadra de Santiago con San Diego, un poco más al sur de Av. Matta. Se trata de una librería de segunda mano. También de revistas, discos y antigüedades. Se pueden encontrar vinilos y cassettes. La cantidad de libros es impresionante. Con gran cantidad de libros anteriores a la década de los 80. Uno puede hallar libros inencontrables en otros lugares como novelas de Elia Kazan (el mismo tipo que dirigió Al Este del Paraíso. En realidad, Elia Kazan era director de cine y su ámbito eran las superproducciones). Otro autor: Arthur Koestler. También es posible encontrar a Kant y a Hegel en ediciones antiquísimas.


La librería la conocí cuando era alumno del Barros Borgoño y caminaba desde el colegio hasta Matta para tomar “la cajón” o “la puente alto”. No quiero establecer nostalgias con las micros, no se preocupen. De hecho, tuve una trifulca con unos choferes de la cajón, así que no estoy ni ahí con andar idealizando güeones. En ese trayecto vi varias veces la librería, hasta que un día me animé a entrar. Para mí fue todo un descubrimiento y en adelante me la pasaba metido allí. El motivo no era solamente la cantidad de libros sino también el precio. Allí compré por primera vez en mi vida un libro. Se llamaba “las teorías de la física”. Me costó 200 pesos, cantidad que hice jugando al poker en el colegio. Aún tengo ese libro.


Después entré a estudiar ingeniería en la chile y mis recorridos dejaron de ser tan habituales por San Diego. Pero un día, caminando en una pequeña calle al frente de la U, pasé por una misteriosa casa que tenía un timbre y un papelito escrito con una letra minúscula: “librería”. Después de varias veces de pasar por esa calle, me animé y toqué el timbre. Me salió una señora. Le dije si era efectivo lo del papelito:


- Claro, me dijo, pase.


Igual que antes me encontré una sorpendente cantidad de libros, distribuidos en tres piezas. Después supe que esa librería y la de San Diego eran de dos hermanos, los Muñz Torotsa. Para esta sucursal, Nicanor Parra le tenía una formula para llegar. Decía: “tres postes, el de al medio. Dos timbres, el de abajo”. Un día me encontré, justamente, con Nicanor Parra. Hablamos un poco. Creo que de Shakespeare y Cervantes. Le pregunté que opinaba de esa teoría que decía que eran una misma persona. Me dijo que había escuchado esa teoría en unos borrachos. Después me dijo que los únicos escritores originales eran Nietszche y Shakespeare. Yo le retruqué señalando algunas frases de otros autores. ¿Ve? Me dijo, todas esas citas las dijo primero Shakespeare.


Volviendo a la librería de ocasión, la de San Diego. La ultima vez que fui tuve una mala experiencia, pero creo que fue por mi culpa. Resulta que ahora atiende la hija de una de los hermanos, una lésbica bastante pesada. Elegí varios títulos. Y se los pasé para que me sacara la cuenta. Al resultado total le quitó como un 30% sin que yo se lo pidiera. Gracias, le dije. La hermana andaba por allí y me conocía. Le comentó que yo era ingeniero. “chis”, me dijo “ingeniero y pidiendo rebaja”. No tuve ganas de decirle que era ella la que había ofrecido. Le dije que le pagaba todo.


- No, me dijo, por esta vez déjelo así.


No he vuelto por allá. No por que no quiera. Es por el horario. Cierran a las 18:30 y abren a las 10:30. Los sábados no abren. Si usted tiene un tiempo, vaya. Es completamente recomendable.
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