jueves, 23 de octubre de 2008

Resumen atolondrado de cómo es vivir en San Diego


Vivo en 10 de julio, lugar estratégico para cualquier paseante urbano. Sin conciencia de ello me he dado al paseo indiscriminado por lo que podríamos llamar "barrio San Diego". Es cosa de mirarlo para darse cuenta que constituye uno de los lugares mas atractivos de Santiago, especialmente para poetas de mala muerte y narradores, también, de mala muerte. Entre Matta y Alameda hay dos teatros, infinidad de librerías, un parque, mucho comercio. Es también la depositaria de una cultura propia, floreciente en los 50-70, donde abundaban las “revistas”, las tiendas de fabricación nacional, los nombres nacionales para ciertos productos (sobre todo Cóndor, Caupolicán, Copihue,etc), las librerías y todo quería imitar la calle Corrientes, en una escala nacional. En San Diego es donde se halla la casa del pie chiquitito, la casa Keim, la casa amarilla, la casa lopez, etc. Innumerable cantidad de casas. No puede negarse que el apelativo de “casa” es curioso. Es muy posible que en tiempos mas antiguos esos lugares fueron, efectivamente, casas. Allí vivía gente, a la manera de los solares españoles, donde es toda la familia la encargada de elaborar morcillas. Ahora toda la familia la encargada al comercio de electrónica.


San Diego no es solo comercio, sin embargo. Es también aventuras. ¿Cuantos crímenes se han cometido en sus calles? Yo no lo sé, pero me atrevo a creer que son todos notables. Es decir, todos darían lugar a cuentos, novelas, películas. Ya han dado lugar a nota periodística. Hace poco hubo un asesinato al frente de mi calle. Al tipo lo faenaron con un bate de béisbol, la discusión empezó en “los reta’”, actualmente “reto al destino”. Recuerdo que Carlos Droguett nos dice que “Eloy” acostumbraba pasear por San Diego. ¿Como es que no han puesto una placa recordatoria que diga "aquí planeó un asalto el famoso Ñato Eloy"? Una noche me topé de frente con dos hip-hop que trataban de romper una cortina metálica en Eleuterio Ramirez con San Diego. No fui el único que los vio. Se sintió una sirena y los pendejos corrieron. Los pacos dispararon al aire. Uno de ellos se detuvo y puso “las manos arriba” en un acto instintivo que se ha copiado de todas las películas gringas. El otro siguió corriendo. Los pacos tiraron a matar. Los hip-hop doblaron una esquina y se me acabó el espectáculo gratis. Sentí pena por el par de hip-hop; no es fácil correr con esos pantalones modelo "bolsa de caca". Quizá en ese minuto los filmaban para una película futura y algún director los transforma en leyenda y los exhibe en el Normandie (otro reducto de San Diego) o el paco Rivano (el dramaturgo del Barrio) hace una obra de teatro que la exhiben en el Cariola o el Caupolicán.. Como no está de moda la delincuencia, ni explayarse sobre el romanticismo, mejor será que la deje de lado.


San Diego es una calle que empieza en la Alameda y termina en Franklin. Este eje queda así gobernado por dos polos opuestos y semejantes. Comparten el desorden, aunque el polo Flanklin es mucho más popular. Allí queda el Barros Borgoño, en cambio en el polo Alameda está el Instituto Nacional. En Franklin abundan los bares y los pooles. En la Alameda está saturado de librerías. Estas diferencias son notables. Un arqueólogo podría deducir con facilidad el desarrollo que tuvo la ciudad; la pobreza al sur y la riqueza al norte, los delincuentes al sur, los intelectuales al norte. El contacto debió tener muchos frutos. Al sur estaba la inspiración aventurera del norte.


Mi propia vida ha sido totalmente afectada por el fenómeno San Diego. No puedo olvidar mis caminatas desde mi colegio (el Borgoño) hasta Matta para tomar micro. Este recorrido lo hacía con el evangélico Esteban o el negro Cirilo o el Hueso. El negro cirilo tenía una costumbre que a mi me avergonzaba. A cada mina que pasaba (sistemáticamente) le decía "como está mi amor, que linda amaneció hoy, etc". El tipo era un As. Cuando le pregunté porqué lo hacía, me dijo con franqueza que para payasear. No me habló de su hombría ni nada. Según él, quería desarrollar lo “carerraja”. Ahora yo mismo vivo en San Diego. Mas arriba eso si, con 10 de julio, un lugar bullanguero y chorongo donde rige la ley del mas fuerte: Hay insultos que no se deben aguantar y el que lo hace “coopera”. Es un poco carcelaria la lógica. Me ha tocado más de alguna vez parar en seco a los graciocitos.


Como San Diego tiene de todo no me hace falta ir muy lejos cuando quiero insumos. Si me dan ganas de correr o jugar a la pelota me voy a plaza Almagro (los cabros están jugando cada día mejor) o al Parque O’Higgins, los libros están también ahí, puedo llegar sudado con la pelota (comprada en San Diego) y decir a cuanto tiene la estadio, la National Geografic o la Manara.
Tener todo cerca puede poner flojo a cualquiera, olvidado de las micros y los tacos, las rabias y los viajes eternos; una especie de utopía, el fin de semana alargado a la vida. La máxima solución es que trabajo a pocas cuadras. Ir caminando a todas partes es mi realidad.


San Diego sobrevive y espero que esta nota le de algo de la vida que ha perdido.

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